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maestre templario y la Vera Cruz |
En un libro del siglo XVII, Alarcón encontró esta leyenda que
revela la existencia de un fragmento de la Santa Cruz (Lignum
Crucis), que fue custodiado durante muchos años por los
templarios en esta ermita.
Los hechos se narran del siguiente modo:
"Pues, señor, érase una vez un Maestre del
Temple que cayó prisionero del rey de Alejandría.
Por el respeto que tenían los sarracenos a los
guerreros templarios, así como por ver de atraerlo a la fe
del Profeta, el rey invitó al Maestre a una cena o banquete
en la que celebraba su victoria sobre los cruzados.
Comenzando el banquete, notó
el rey la tristeza del templario y, por congraciarse con él,
le ofreció que escogiera una de las ricas joyas del botín
que había sido puesto como trofeo en el centro del salón.
Alegando que él se la daría como prenda de amistad
y podría conservarla como tal, ya fuese que acabara
reconociendo la fe de Mahoma - La paz de Alah sobre él -
como era su deseo, o que resultase libre si los suyos
pagaban rescate.
El Maestre reparó en un lignum crucis, que refulgía destacando
sobre el resto de los objetos, diciendo que eso era lo que más
le gustaba. El
rey en persona fue a tomarlo, para ofrecerlo al huésped,
reparando entonces en una hermosa copa que tomó para si y
que, vuelto a la mesa, pidió le llenaran de bebida pues le
pareció digna de un rey.
Advirtió el templario al rey que aquel era un vaso
sagrado de la religión cristiana, por tanto no quedaría
impune quien lo profanase.
Pero esto no hizo si no excitar el deseo del moro de
usar el cáliz como copa profana.
Súbitamente inspirado, el cristiano le advirtió por segunda vez
pidiéndole que, al menos, permitiese, cada vez que fuese a
beber, que él tocase con la cruz el vaso sagrado para
protegerle del castigo divino.
Consintió el rey, que era sumamente supersticioso,
pero he aquí que cada vez que iba a beber y la cruz tocaba
el cáliz, el refresco se convertía en vino, que el rey no
podía beber pues la ley islámica lo prohibe.
Lo que al principio resultaba curioso y digno de admiración, al séptimo
intento acabó por convertirse en algo ofensivo para el
musulmán, quien terminó pensando que aquello era un
desprecio y una ofensa hacia sus creencias.
Por lo cual, como era presto de la ira, olvidó todas
sus gentilezas anteriores con el prisionero, y como también
era cruel, ordenó que tomando el lignum crucis lo fundieran
y vertiendo el oro en el cáliz, se lo dieran a beber al
templario, a ver si la copa mágica era capaz de obrar
milagro esta vez y transformar el oro fundido en vino.
Pero no quiso Dios consentir tamaña afrenta a sus reliquias, por
que, cuando los soldados tomaron en sus manos los objetos
sagrados agarraron
al prisionero, éste y aquellos se disiparon como humo
desapareciendo a la vista de todos, apareciendo de repente a
los pies de Nuestra Señora del Temple, en Maderuelo, ante
los asombrados templarios que allí se encontraban en oración,
quienes contemplaron, sin dar crédito a sus ojos, al
Maestre de rodillas con el lignum crucis en una mano y el cáliz
en la otra, acompañado por tres asustados guerreros
musulmanes.
Los moros se quedaron allí,
al servicio del Maestre, convirtiéndose a la fe algunos años
después. La
iglesia cambió su nombre por el de la Vera Cruz.
Y la santa reliquia se veneró allí muchos años,
obrando grandes y numerosos milagros, entre los que se
cuenta el del artesano descreído, el del hombre de poca fe
que o pudo hacer una copia del lignum crucis porque éste,
para castigar sus dudas, cambiaba de tamaño constantemente,
desbaratando su trabajo y su paciencia..."
En
esta iglesia, apartada de las principales vías de
comunicación, pero vigilada por el cercano castillo templario de
Castillejo de Robledo y circundada por los importantes
enclaves de la Orden en Sepúlveda y Campisábalos, se veneró
durante mucho tiempo un Lignum Crucis templario del que se
cuenta esta leyenda del más completo contenido simbólico.
Una
leyenda que acabó convertida en romance popular y que en el
siglo pasado, aún se relataba en unas coplas de ciego hoy
desgraciadamente olvidadas, salvo las estrofas iniciales:
"Cautiva en lejano Oriente
de sarracena morisma,
por fe, un soldado templero,
conquistó la cruz bendita."
Mientras
permaneció en la iglesia templaria, las imágenes más
famosas de los contornos iban una vez al año a visitarla,
encontrándose entre éstas la cabeza de San Frutos,
reliquia bafomética procedente de la encomienda templaria
de Sepúlveda, donde se utilizó hasta hace poco en curiosos
ritos lustrales propiciatorios de la lluvia mediante el
expeditivo método de meterla en una fuente y no sacarla
hasta que comenzaba a llover.
Con
ocasión de dicha visita a la Vera Cruz de Maderuelo, se
celebraba una representación sacra conocida como la
"Cena del Moro", en que se rememoraba el suceso
que propició la venida del lignum crucis, al final del cual
se sumergía la cruz en un cántaro de vino o de agua, según
hubiesen sido las cosechas de ese año, buenas o malas.
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a
doncella muerta |
Las secas orillas del pantano parecían
humedecerse a medida que las sombras de la tarde se hacían
más obscuras, ahondando el cauce del Riaza.
Sus aguas reflejaban el abandono de un pueblo
milenario que se desmoronaba poco a poco, aun resistiendo a
desvanecerse en el olvido.
Maderuelo, una vieja barca
abandonada. Maderuelo,
mas que barca varada, pequeño madero que se hunde en el
lago del tiempo.
Al traspasar su robusta puerta,
rumores e historias nos rodean y nuestra mente las revive de
nuevo: la llegada de reatas de mulas con piedras de la
cantera de Vega Palacio, los albañiles reparando las
murallas, ya viejas en el año 1000, que han resistido
siglos bajo el castigador sol castellano y sus fríos
inviernos. Y el
río, bordeado de árboles, que riega una estrecha vega y
calma la sed de importantes rebaños de ovejas y vacas.
Dispersos los barrios a los pies de la villa, poblados por gentes
esforzadas y bulliciosas.
Las viejas piedras, blanqueadas por
el sol y los hielos unas, obscurecidas por el moho otras,
nos siguen contando historias del pasado.
En el siglo XV, vivió en Maderuelo un noble
caballero, emparentado con los Chávez.
Tenía una hermosa hija, María, menuda y
proporcionada. Sus
largos cabellos dorados nos dicen que era doncella.
Sus ojos luminosos nos revelan la piedad de su alma. Era querida en la Tierra de Maderuelo, bordaba, dibujaba e
incluso escribía primorosamente.
Pero la muerte la alcanzó a la edad de dieciséis años.
Unos cuentan que murió durante la
ausencia de su padre, cuando esté viajó a rendir pleitesía
al rey, su señor. Fue
una época de reyertas nobiliarias y luchas civiles.
Otros afirman que se la llevó la peste, que tantos
huérfanos dejó en Maderuelo.
Su desconsolado padre, mandó
ataviarla con sus mejores galas.
Parecía un bello ángel dormido cuando aquella fría
losa de pizarra negra cubrió su sueño en la capilla de los
Chavez, en Santa María.
En la losa, venida de la Sierra, un cantero esculpió
un escudo escotado, cuartelado en cruz, con un águila bicéfala
rampante, cinco llaves, un árbol entre perros rampantes y
trece bezantes de oro, todos buena prueba de su ascendiente
hidalgo.
Enterrada la doncella, la arqueta de
madera e incrustaciones donde ella guardaba sus secretos
también desapareció. Así se perdieron su salterio, sus dibujos y las cartas de
amor secreto, como las de aquel joven enamorado que la prometió
volver con el oro de Granada y allí perdió, los ojos
primero, y la vida después.
Más de cinco siglos había
descansado el cuerpo de María, cuando una reforma en la
iglesia obligó a retirar la losa, dejando al descubierto un
cuerpo momificado. María,
querida hasta por la anciana Muerte, que respetó sus chapines y el
justillo bordados en oro, el anillo de guerrero que ceñía
su dedo. Conservaba
sus largos cabellos, las manos sobre el pecho y los párpados
,cerrados, como si continuara dormida.
De pronto, un airecillo fresco rozó
nuestros brazos y el escalofrío nos volvió a la realidad.
Con un movimiento apenas visible, el badajo de la
campana grande la hizo sonar levemente y su tañir, repetido
por ecos lejanos, murió con la luz del día.
Comenzó a lloviznear. Maderuelo, cuna de leyendas,
sabía que se había revelado el secreto de su querida
momia. Era ya
hora de partir.
Adaptación libre de un relato de
Carlos Velázquez, 1961
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