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Edad Media: El Reino de Castilla en el siglo XI
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En el medievo, los reyes no contaban con sedes fijas. El rey se desplazaba casi continuamente por su reino. Algunos historiadores han estudiado todo el séquito y demostrado que suponía un enorme gasto para las localidades donde el rey celebraba audiencia o pernoctaba.
El séquito que le acompañaba solía estar compuesto por:
A estos hay que sumar un capellán, un médico, un bufón, un halconero, un perrero, dos escuderos y tres criados del rey. Y la escolta militar de unas ciento veinte personas: un escuadrón de cuarenta y cinco caballeros, más otros tantos escuderos (que cuidan de la armadura de cada caballero y sus dos caballos). Además, cada conde se rodearía de una escolta propia de quince caballeros (con sus correspondientes escuderos). Con esto, la comitiva real, con la escolta, sumaría ya unas 160 personas. Es de suponer que el séquito constase aún de más personas, necesarias para que la Corte fuese autosuficiente en su marcha. Se precisan tiendas de campaña para protegerse de la intemperie (el clima meseteño es extremadamente riguroso). La familia real necesitaría dos tiendas, el resto de personajes importantes ocuparían otras nueve. Cada tienda requeriría un carro para su transporte y esto implica un carretero por carro. Los caballeros llevarían en sus caballos algún equipo de protección contra los elementos. El resto de viajeros dormirían en sus carros o debajo del carro de algún compañero. El carro empleado es el de un solo eje tirado por dos mulas (variedad muy bien conocida por la gente de cierta edad de Maderuelo).
Para alimentar un grupo tan importante se necesitan, al menos, 6 cocineros. Cada uno tendría un pinche y un carro para transporte de utensilios. Además, se necesitarían un par de carros cisterna para el agua (el agua no escasea en la meseta y no sería difícil el aprovisionamiento). Más importante que el agua es el vino (también más difícil de conseguir). Para ello se requeriría unos quince carros (calculados para diez días de suministro de una ración de litro y medio por cabeza y día). Además, calcularemos unos seis carros de provisiones secas conducidos por sus correspondientes carreteros. Siguiendo a la comitiva iría el ganado destinado al consumo guiado por, al menos, un vaquero y un pastor. A esto hay que sumar media docena de carros para el forraje y pienso para los animales (necesario en jornadas invernales).
Además, hay que contar
que se necesitarían carros para otro tipo de enseres, tal como algún
altar portátil. Necesario sería un herrero con su instrumental (horno
portátil) para reparar ollas, armaduras y armas, herrar caballos y mulas,
etc. El herrero debería llevar un ayudante. Con todo esto, una
expedición normal de la corte estaría compuesta por unas 225
personas, 50 carros, más de 200 caballos, mulas y asnos, un rebaño
no pequeño de vacas y ovejas. Probablemente, peregrinos, mercaderes y
caminantes se unirían a la comitiva para poder hacer el viaje debido a la
protección que podría proporcionarles. Una comitiva de este tamaño debía crear situaciones difíciles allá por donde pasara. Los animales de tiro lisiados debían ser reemplazados. Los carros averiados lo mismo. Se debían reponer los animales sacrificados para la comida. Las cubas de vino vacías se rellenarían. Todo esto dejaría menguadas las provisiones y cuadras de los lugareños a través de tratos en absoluto favorables para estos últimos. Tal comitiva superaría con creces las posibilidades
de alojamiento de las aldeas y pueblos por los que pasara. Solamente las
grandes ciudades del reino podrían alojar y alimentar a semejante
comitiva (eso teniendo en cuenta que, salvo Toledo, ninguna ciudad del
reino superaría en mucho los dos mil habitantes). Por ello, la llegada de
la comitiva real a una gran ciudad supondría de todos modos un grave
problema logístico. Se ha calculado una velocidad
media de 23 kms. diarios para una comitiva semejante. El
aburrimiento de tan tediosa marcha se vería dulcificado por las correrías
de caza por los alrededores de la marcha para los más pudientes. Los
humildes debían ocuparse de la buena marcha de los carros empujando en
las cuestas arriba, intentando frenar mediante cuerdas los carros en los
descensos (aún no se conoce el freno de rueda). Además, debían
preocuparse de satisfacer las necesidades de comer, dormir, montar y
desmontar el campamento cada día, etc. Fuente:
Reilly B.F. El Reino de León y Castilla bajo el rey Alfonso VI.
1065-1109. Toledo 1989
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