Edad Media: Ejércitos Hispanos en el siglo IX

 

jércitos castellanos
 

 

 

Organización militar castellano-leonesa

  La defensa compartida:

El fonsado

Las anubdas 

La castellaria

 

Tácticas y usos

 

Armas empleadas

 

 

 

 

 

 


a defensa compartida

Durante el siglo IX, continúa la vieja tradición visigótica de la obligación de acudir al ejército del rey para todos los hombres libres. Igualmente, se mantiene la tendencia hacia la generalización de vínculos privados entre los hombres libres y los magnates de cada zona. Este servicio militar se denomina “fonsado”, que es una expedición pública dirigida por el rey o un conde.

Los campesinos libres que no poseen medios y recursos con los que costearse el caro equipo de batalla y no pueden cumplir con la llamada del rey, participan en el desembolso del equipo de aquellos que prestan personalmente el servicio de armas.  Se puede eludir el servicio de armas mediante la “fonsadera”, un impuesto en teoría destinado a pagar el servicio de armas de un hombre que sustituya al pagador de la fonsadera. A principios del siglo IX ya encontramos reglamentado este impuesto con el rey leonés Alfonso II.

Cuanto más cerca esté una región de la frontera, más activamente participa la población de la defensa del territorio. La primitiva Castilla es un ejemplo claro. Los pobladores se encargan personalmente de la vigilancia de torres y fortalezas (este servicio se conoce como annubda). Este servicio es vital para poder asegurar la seguridad de la frontera. Igualmente, los pobladores están obligados a contribuir económicamente para conservar dichas torres y fortalezas mediante la “castellaria”, y aportar su propio trabajo personal cuando fuera menester hacer obras en dichas construcciones.

 

 


a organización militar castellano-leonesa

El ejército castellano-leonés evolucionará, adaptándose a las necesidades de repoblación y defensa de amplias zonas. Los nuevos escenarios conllevan que la infantería vaya dejando paso paulatinamente a la caballería, dotada de mayor movilidad. Además, se van estableciendo fórmulas alternativas a la prestación obligatoria. En el fuero de Castrogeriz de 974 se permite que uno de cada tres peones que deben acudir al ejército pueda librarse de tal obligación aportando una acémila para la intendencia.

En la primera mitad del siglo X encontramos en la documentación el término de “armiger” o “alférez”, que ostentaría la dirección de los ejércitos del rey o del conde. El cargo de “merino”, además de definir a un jefe militar, también tendría funciones judiciales, gubernativas o fiscales. En el condado de Castilla, empero la relativa autonomía que tiene desde el siglo IX hace que aparezca la figura particular de los jueces, encargados del gobierno y de la movilización y dirección del ejército castellano.

 

 


ácticas y usos

Sobre tácticas empleadas durante el siglo IX, tenemos escasísimos datos. Incluso los términos para designar las operaciones militares no están muy claros. El “apellido”, vocablo derivado del latín "llamar", parece ser una llamada general a la defensa de un territorio específico. No tan claramente, el término “bellum” designaría a la guerra contra el Islam (incursiones en territorio musulmán).

Las tácticas militares son, por fuerza, defensivas. La annubda (vigilancia de fortalezas y torres vigía) es la principal forma de conocer con antelación los movimientos del enemigo y aprestar la defensa.

En batalla en campo abierto, la táctica no es otra que acometer al enemigo en forma de cuña para intentar romper su dispositivo e iniciar un combate cuerpo a cuerpo. La mejor organización militar musulmana en la época probablemente desaconsejara a los defesnsores castellanos actuar de la forma antes descrita. Por ello, se prefería encastillarse en fortalezas o, si no había más remedio, presentar combate en zonas abruptas, donde la ventaja numérica y organizativa de los musulmanes quedara contrarrestada. En este contexto, era práctica habitual cavar trincheras en tierra para proteger y ocultar a los defensores, igualmente habitual era la utilización de emboscadas (valiéndose del conocimiento del terreno por parte de los defensores).

El avituallamiento (“sarcinas”) era asegurado medante el uso de acémilas (como se ha visto anteriormente). No sabemos en qué consistían dichas sarcinas, pero sabemos que éstas era aseguradas mediante personajes como los “dispensatores annonae” o “saiones”, figuras que ya existen en el ejército visigótico, aunque no se dedican en exclusiva a las funciones de avituallamiento.

 

 

 


rmas empleadas

Armas ofensivas: arco, lanza y espada. En las ilustraciones de los beatos de la época encontramos caballeros provistos de arcos, bastante efectivos, al decir de la crónica de Abd Al-Rahmán III (siglo X). La lanza casi siempre aparece en manos de guerreros de infantería, salvo los portaestandartes que van a caballo y que posiblemente emplearan el estandarte para acometer al enemigo. La espada, arma de uso general,  aparece en multitud de ilustraciones, con diversas formas (largas y cortas) en manos de infantes y caballeros (indistintamente).

Armas defensivas: casi exclusivamente el escudo, habitualmente con forma circular y de pequeñas dimensiones. Parecen escudos alargados de mayor envergadura, generalmente de madera forrada en cuero. Los guerreros aparecen con cascos semiesféricos y cotas de malla para protegerse.

Algunas representaciones nos muestran otras armas, menos difundidas y mucho más toscas como mazas, hachas, guadañas, e incluso simples piedras.

Otro rasgo de los ejércitos castellanos es la absoluta falta de uniformidad en el equipamiento. Las posibilidades económicas de cada combatiente se reflejan en su equipo militar. Según un estudio de Sánchez Albornoz, una buena cabalgadura constaría unos 50 sueldos; una loriga de malla, unos 60 sueldos; un yelmo, 30; y una espada, alrededor de 100. Hay que tener en cuenta que con un sueldo se puede comprar una oveja o un modio (unos 8 kgs.) de trigo. Por ello, no es extraño el pobre aspecto que presentan algunos infantes en las ilustraciones.

 

Fuente: F. Javier Villalba Ruiz de Toledo. Sistemas defensivos de la Castilla Primitiva (siglos VIII-IX). Cuadernos de Historial Medieval, Secc. Monografías, 2. 1999. Págs. 99-111.